Extraído de El Pais.
David Pozo (Sevilla, 1969) dirige desde el Programa Andaluz de
Investigación en Nanomedicina. Ha vivido en tres continentes (Asia,
Europa y América) y colabora profesionalmente con entidades de medio
mundo, donde comprueba que Andalucía se ha hecho un hueco importante en
investigación biomédica, pero tiene mucho que aprender de otros modelos.
Y teme que si la crisis detiene la apuesta por este sector, el trabajo
de estos años se perderá.
Pregunta. Hace unos años el binomio Investigación Biomédica-Andalucía
no existía. Hoy parece estar en todas partes. ¿Cuál es la situación
real?
Respuesta. Lo principal es que Andalucía ya cuenta. Cuando estás con
colegas en reuniones nacionales o internacionales, todos te transmiten
que aquí se están haciendo cosas. Ha habido un despliegue de
infraestructuras muy importante y un gran esfuerzo en captación de
recursos. Hace cinco años un investigador solo se planteaba irse a
Madrid, Barcelona o el País Vasco. Estamos captando profesionales
incluso con ofertas económicas inferiores a las que tienen, pero se
vienen porque les interesan nuestros proyectos. Eso antes era
impensable. Hace diez años los profesionales muy buenos de Andalucía
eran como islas. Ahora es todo el sistema. Hay datos objetivos. La
primera oficina de registros de patentes de España en biosalud es
la oficina del sistema sanitario público andaluz.
P. ¿Cuáles son los grandes atractivos del sistema andaluz?
R. Las condiciones son semejantes en otros sitios, pero en Andalucía
sí que hay una estrategia más global. Si estás haciendo investigación
biomédica, aquí hay un sistema sanitario público con instrumentos en
investigación que te facilitan hacer cosas que no puedes hacer en otros
sitios. Por ejemplo, el sistema de bancos o de colaboraciones. En otros
sitios eso no ocurre.
P. ¿Cuál fue la clave del cambio?
R. Es cuestión de euros. Si aquí alguien decide en un momento dado
que quiere potenciar la investigación biomédica en determinadas facetas y
pone las herramientas en infraestructura, en dotación presupuestaria y
en medios humanos, ya lo tienes.
P. ¿Cuáles son las carencias más importantes?
R. La gran carencia que tiene en general el sistema en toda España es
la incertidumbre. La actividad científica en España está sometida a una
variable de incertidumbre mucho mayor que en el resto de Europa. Y eso
es casi incompatible con la actividad científica, que requiere una
visión a medio y largo plazo. Nosotros aquí siempre tenemos dudas de qué
va a ocurrir dentro de dos o tres años. No hay una ruta clara de cuáles
son las reglas del juego y de que, si las cumples, vas a seguir. Pero
ni aquí ni en ningún sitio de España.
P. ¿Queda al libre albedrío de cada Administración?
R. Sí. Y el problema es que cada Administración reinventa la rueda
cada cierto tiempo y eso genera incertidumbre. Se suple a base de mucha
ilusión, pero yo que he trabajado bastante tiempo en el Reino Unido,
allí nadie se plantea cada dos años cuál es la política científica. Aquí
de repente aparecen y desaparecen ministerios o se esfuman dotaciones
comprometidas para cofinanciar centros.
P. Los investigadores jóvenes se quejan mucho de tener que salir fuera para trabajar, ¿eso es también una carencia?
R. Si un investigador se queja de tener que salir fuera no es un
investigador. La ciencia requiere de tener que salir fuera y de
incertidumbre laboral. Cuando lamento la incertidumbre me refiero a
reglas de juego y sostenimiento de la actividad. El problema es que la
ciencia en España está muy constreñida a un modelo funcionarial y eso
solo tiene dos salidas: la Universidad y el
CSIC.
Hubo un movimiento positivo hace cuatro o cinco años con las
fundaciones, que han servido para tener un modelo más flexible de
contratación. Pero con la crisis son las que corren más riesgos.
P. Pero la movilidad laboral cree que sí es positiva.
El drama es que tengas 37 años y no haya herramientas para contratarte
R. Yo no quiero a un investigador que tenga 25 años y no quiera
moverse de aquí. Porque eso significa que la persona anda corta de
motivación y eso es malo para la actividad científica, que necesita
mente flexible y gente echada para adelante. El problema es que, una vez
que el joven se va, la única manera de volver al país es con una plaza
en una Universidad o en el CSIC. En la Universidad castran a los buenos
investigadores porque les cargan de clases; y en el CSIC no hay plazas.
No hay figuras contractuales flexibles desligadas del funcionariado.
P. Otra de las grandes quejas es la precariedad laboral, ¿la hay?
R. Si por precariedad entiendes que un recién licenciado de 23 años
pretende estar siempre trabajando en su ciudad, sí que la hay. Pero creo
que entonces se equivoca de planteamiento. En los grupos competitivos
yo creo que no hay tanta precariedad. Captan a gente buena, con cuatro
años de una beca postdoctoral, luego dos años con un contrato en una
universidad extranjera, luego otros cuatro o cinco años con otros tipos
contratos establecidos. El drama es que con 37 años tengas buen
currículum y no haya herramientas ni contractuales ni financieras para
contratarte que no sea hacerte funcionario. Eso no pasa en ningún país
del mundo, solo aquí.
P. La crisis puede suponer pasos atrás en lo conseguido?
R. En otros sitios de España, los recortes de financiación de
investigación están siendo duros. Y veremos aquí. En mi opinión, si
Andalucía no continúa manteniendo la apuesta por la investigación, el
trabajo que se ha hecho hasta ahora se destruirá a una velocidad
abismal. Que nadie piense que las estructuras se pueden mantener sin
tocarlas dos o tres años, cerrar centros y cortar fondos y luego
retomarlos cuando la cosa mejore. El daño que a la comunidad andaluza le
hace un retroceso así es brutal. La marca de imagen cuesta mucho
trabajo fabricarla y esa marca es fundamental en la investigación, pero
se destruye muy rápido. Y costaría el doble de tiempo y de dinero volver
a donde estamos.
P. Pero por lo que se ve en otras comunidades la investigación es
uno de los sectores en los que primero se recorta.
R. En Aragón y Valencia los recortes son brutales. En Cataluña también.
P. El ciudadano puede entender mejor que se cierre un laboratorio a que le quiten una prestación médica.
R. Y yo lo entiendo. Como ciudadano, entiendo que si hay que cerrar
un centro de atención primaria o uno de investigación, se cierra el de
investigación. Lo que no se puede entender es que en la prioridad no se
cierren tras cosas. No se cierren Diputaciones, Senado, corresponsalías
en mil sitios en todas las televisiones autonómicas. Si la única
decisión posible fuera o centro el centro de salud o el laboratorio yo
lo tengo claro. Pero no me creo que se tenga que llegar a esa tesitura.
Hay más opciones.
Si un investigador se queja de tener que salir fuera, no es un investigador
P. ¿Está funcionando la colaboración público-privada?
R. Comparado con lo que había hace cinco años cada vez es mayor. Es
una de las opciones, pero no se puede basar ahí la sostenibilidad del
sistema.
P. ¿Y la investigación solo sostenida con fondos públicos puede ser rentable?
R. Sí, si tienes un sistema que te permite colaboraciones con
entidades privadas. Se puede llegar a acuerdos. Si, por ejemplo, todos
los grupos investigación del Cabimer tuvieran un 25% de financiación
privada, te sale ya la cuenta de la sostenibilidad.
P. Una de las claves de la utilidad de la investigación es que pueda pasar a la aplicación clínica. ¿Eso se está haciendo bien?
R. En los últimos siete años hay una cosa en investigación biomédica
que el profesional andaluz tiene clara: si haces investigación orientada
a responder a preguntas que están abiertas hay más posibilidad de tener
financiación. Eso orienta a los grupos. No significa que una
investigación básica no se deba financiar, pero tiene que ser
investigación básica de excelencia. Lo que no puede haber es
investigación mediocre.
P. ¿Cuáles van a ser las preguntas que van a centrar el interés de los investigadores en los próximos años?
R. Todas las ligadas al envejecimiento. Lo que no sé es si cuando
resolvamos alguna aparecerán otras. Estamos poniendo al ser humano en un
contexto en el que antes no estuvo.
P. ¿Se está cerca de una solución para el Alzheimer?
R. Cada vez más cerca Y de forma personalizada. El problema es que
ese tipo de respuesta sea sostenible desde el punto de vista económico.
Su tú puedes hacer una medicina personalizada pero el coste es brutal,
¿quién lo va a hacer? Habrá que buscar formas de abaratar esos costes.
P. ¿Está consolidada la venta de los hallazgos o es una de las vías que hay que explorar?
R. Hay muy poco tejido industrial y falta una cultura de capital
riesgo en ese sentido. En otros países la gente pone dinero para eso,
pero aquí culturalmente tenemos un retraso de muchos años, respecto a la
percepción de cómo funciona la ciencia, por ejemplo. En el Reino Unido
tienen una historia de 350 años de ciencia.
P. ¿Se está trabajando para corregirlo?
R. Creo que no. Es más, se está antitrabajando. En Andalucía tenemos
que asistir en euros desde fondos públicos a una juventud que hace seis o
siete años que decidió dejar de estudiar y se fue a la construcción,
aunque su entorno económico le permitía seguir estudiando. Pero quería
ganar 4.000 euros al mes y dar vueltas con un BMW. Las acciones
individuales deben ser responsabilidad de cada uno. Ahora tenemos que
asistir a esa juventud en vez de poder promocionar a los que hace seis o
siete años decidieron seguir formándose, con un coste de esfuerzo
personal y económico, porque no se gana lo mismo en formación que si ya
estás ejerciendo. ¿Y qué mensaje se le está trasladando a la juventud?
No es un problema económico, sino de valores.
P. Usted ha trabajado en Oriente Próximo o en EE UU. Ha dicho alguna
vez que la ciencia es una herramienta muy útil para solucionar
conflictos internacionales. ¿En qué se basa?
R. Los científicos usamos siempre un lenguaje universal. En general,
todos los científicos hemos vivido en distintos países, hemos estado en
contacto con muchas culturas y, además, nos enfrentamos a los problemas
de una forma muy racional. Eso ayuda mucho a la resolución de conflictos
internacionales. Porque muchas veces hay conflictos internacionales que
si se analizan de forma fría se pueden resolver Los acuerdos de Oslo
comenzaron por un acercamiento académico. Las relaciones entre
científico son las últimas que se rompen en cualquier conflicto. Cuando
todas las relaciones diplomáticas han cesado e incluso hay
enfrentamiento armado el único nexo de unión entre dos poblaciones es el
científico y eso ayuda mucho. Durante la Guerra Fría nunca hubo un cese
de relación científica entre la URSS y Estados Unidos.
P. ¿Y políticamente eso se aprovecha?
R. Sí, se ha hecho, eso es lo interesante. Los tratados de no
nuclearización de Latinoamérica, se consiguieron gracias a la comunidad
científica de Chile, Brasil y Argentina, que trabajo de forma conjunta
para que no hubiera una carrera nuclear.